2012-04-19

La escasez de perdonar




Mientras ayer escribía mis últimas líneas en La Palestra Digital, el Rey salía del Hopital San José pidiendo perdón a los españoles. Como sí de un niño compungido se tratara, medio haciendo puchero, con los ojos vidriosos, aprovechaba la primera pregunta sobre su estado de salud de un periodista para soltar unas palabras históricas: “Lo siento mucho. Me he equivocado. No volverá a ocurrir”. Una escena algo patética, dado que estamos hablando del Jefe del Estado. Para un servidor, la persona más importante para España y su mejor embajador. Pero su rectificación le honra, le hace más cercano, más cálido con la plebe. Ya su abuelo, Alfonso XIII, pidió perdón cuando se proclamo la II República, pero de una manera más cortés, protocolariamente hablando.

Sin embargo, todavía estoy esperando algunos perdones de diversos personajes públicos. Como el de Rajoy por subirnos los impuestos tras prometer que no lo iba a hacer. O el de Zapatero por ser el peor presidente de España de toda la historia, dejando una herencia de más de cinco millones de parados y las arcas públicas en la ruina. O el de Chaves y Griñán por convertir Andalucía en la comunidad autónoma del paro y la corrupción. O el de Camps y sus tramas delictivas en la Comunidad Valencia. O el perdón de Rubalcaba por desconocer la verdad y mentir constantemente.

El Rey Don Juan Carlos abandona el hospital tras ser operado de cadera. 
Estamos esperando pacientemente el perdón de las nacionalistas catalanes que recortan en sanidad y educación pero siguen malgastando el dinero de todos en sus consignas fanáticas, como son sus embajadas o los cursos en catalán en países tercermundistas. O el perdón del PNV, partido que ha vivido uno de los hechos más bochornosos, traicionando la democracia y convirtiéndose en cómplice de los asesinatos de ETA con su escandaloso silencio, dando la espalda a sus propios paisanos que eran mutilados por cuatro asesinos. El perdón de todos aquellos políticos autonómicos que han tirado millones de euros en sus delirios de grandezas, como deja muestra la cantidad de construcciones que no sirven para nada, como el aeropuerto de Ciudad Real, obra de Barreda y de Bono.

El perdón de Aznar por apoyar una guerra que el pueblo estaba en contra. O el de González por sus numerosos casos de corrupción, o lo que es peor, por terrorismo de estado, como fue el GAL. Seguimos esperando las palabras de arrepentimiento sobre todas esas personas que han estado cobijadas por las faldas de un régimen fascista, políticos que ahora están alistados en numerosas formaciones políticas, como periodistas de distintos medios de comunicación, pero que no dudan en coger la bandera de la libertad. El perdón de unos de los partidos políticos más importantes de este país, el PSOE, por tener una historia escrita en renglones torcidos con letras ensangrentadas.

Mientras esperamos tantos perdones, el monarca, como buen cristiano, sale y nos pide un perdón tan caro como escaso. El problema es que no sabemos de qué se arrepiente. Si de cazar elefantes en África, de las compañías que suele tener de vez en cuando, o de sustituir sus deberes y obligaciones por actividades de ocio o poco ortodoxas. De todas formas, queda perdonado, Su Majestad, porque ha sido valiente, recogiendo el guante que su propio pueblo le estaba pidiendo a gritos. Ahora debe de hacer realidad sus palabras, predicando con el ejemplo. 

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