Detractores y
simpatizantes deslizan sus palabras en confrontar las virtudes y los defectos del dictador, en
recalcar, o no, sus méritos como gran villano o como excepcional militar. Los
detractores hablan del vil malvado; los simpatizantes del brillante militar que
alcanzó a ser el general más joven de su época.
No es necesario alzarse
tan lejos, lo obvio queda más cerca: Francisco Franco Bahamonte era un
personaje mediocre con un perfil bajo en sus virtudes y en sus defectos. De personalidad
pusilánime, de diluidas cualidades militares, de enclenque bagaje cultura, de
ambiciones soterradas... Un personaje histórico que no da la talla ni como
villano –será por fascinantes malvados engendrados en España –.
Con una altura de 1,62 metros y una voz que
haría brava a la de los Bee Gees, su apariencia física rozaba lo cómico. En su
estancia en la academia de oficiales del Alcázar de Toledo, donde no destacó ni mucho menos como estudiante –quedó
el 251 de 312 en su promoción– fue objeto de burla a causa de su desinflada estampa.
En 1925, tras una prolongada
y heroica actuación en las campañas de Marruecos, Franco consiguió convertirse
en el general más joven de toda Europa. Y poco se puede apuntalar en este sentido,
todo lo discreto que había sido en la academia de oficiales lo fue de temerario
en el campo de batalla, encabezando valientes cargas de bayoneta y demostrando extensos
dotes tácticos sobre el terreno. Herido varias veces de gravedad, protagonista de importantes acciones
en la contienda, pronto fue ascendiendo hasta llegar a general –gracias a la
inestimable ayuda de los mandos africanistas que se mostraban ágiles en elevar las hazañas de los suyos por encima de los aburguesados mandos. Sin desmerecer lo cruento del conflicto africano, el inconveniente lo
sirve la perspectiva histórica, lo que se desencadenó en la II Guerra Mundial palidece cualquier minucia colonial y deja a Franco en la tercera regional de los oficiales ante los prodigios militares de Rommel, Patton, MacArthur o entre otros. Por no hablar de algunas funestas decisiones estratégicas en la Guerra Civil que evidenciaron las limitaciones como estadista de Franquito, apodo por el que era conocido en la academia de
Toledo.
Tras unos primeros años en convivencia con los gobiernos republicanos moderados, la llegada del Frente Popular echó al traste su cargo como jefe del Estado Mayor y dentro de la estrategia de dispersar a posibles militares golpistas, Franco acabó en las islas Canarias. A pesar de su frustración y palpitante hostilidad hacia la II República, su tibieza y falta de coherencia quedaron retratadas en los preparativos del golpe.Mientras Emilio Mola, José Sanjurjo –que llego a comentar: "Franquito es un cuquito que va a lo suyito"– y el resto de conspiradores actuaron conforme a sus convicciones –erróneas o no-, Franco se dedicó a desligarse con excusas y tenues compromisos. A tanto llegaron sus vacilaciones, que en las vísperas del golpe de estado, el a la postre caudillo de la “cruzada” no había participado en los preparativos y ¡ni si quiera había confirmado su intervención! Franco en estado puro: falta de ambición, ausencia de convicción en sus creencias, estrechez de miras, vacilación, individualismo e improvisación.
Lo demás es sabido por la mayoría: Sanjurjo muere
en un accidente de avión, Mola en parecidas circunstancias, Manuel
Goded es fusilado en Barcelona, Queipo
de Llano queda relegado a un segundo plano y a Miguel Cabanellas –su más firme detractor– le alcanza la muerte en extrañas circunstancias. El poder se posa sobre Franco,
además de por una serie de infortunios, a causa de la percepción general
de que el caudillo suponía un efímero peón. Ya por entonces, entre las
filas nacionales, Miguel Cabanellas advertía del equívoco: "Ustedes
no saben lo que han hecho, porque no le conocen como yo. Si ustedes le
dan España, va a creerse que es suya y no dejará que nadie lo sustituya en la
guerra o después de ella, hasta su muerte".
El régimen que engendró
bajo su rechoncha sombra –de joven era especialmente enjuto, de
anciano también lo sería– fue una suerte de improvisación que aglutinaba brochazos
de su personalidad: no tenía intereses
culturales, no tenía una ideología política más allá de la versión más férrea
del catolicismo, no tenía un plan económico, no era falangista, no era
fascista, no era nacionalsocialista. Su única convicción firme era la disciplina
castrense que ejecutaba de forma casi autómata. Es por ello que la sanguilocuente
represión fue vislumbrada por el caudillo desde un punto de vista militar, no desde uno político –lo
cual no le exime, ni por asomo, de sus crímenes–, simplemente significa que, mientras Hitler, desde su inabarcable demencia,
visionaba la solución final como una extensión natural de su ideología, a Franco lo que le obsesionaba era ganar
definitivamente la contienda y para ello no dudó en recurrir a la represión
como una asumible práctica militar. Todo siempre desde su minúscula percepción de la vida, la propia de un oficial de la
vieja escuela, apolillado y acartonado, dichoso
y nostálgico del único lugar que consideraba afín: el Ejército.
Las circunstancias
internacionales y, sobre todo, esa astucia tan española mezcla, en pequeñas dosis, de audacia y afán de supervivencia, le sirvieron la ocasión de amarrarse al
cargo durante cuatro décadas. Lo que parecía un régimen asfixiado al final de
la II Guerra Mundial, recuperó el aliento cuando la Guerra Fría le otorgó un
valioso rol como baluarte anticomunista. Winston Churchill, obsesionado hasta lo enfermizo con la amenaza
de la URSS, expresó de forma clara lo que significaba Franco para las
democracias occidentales –en ocasiones erróneamente achacado a Truman–: “Sin duda es un hijo de puta, pero es
nuestro hijo de puta”.
“A pesar de todo sacó adelante
el país y lo llevo a un periodo de prosperidad económica en los años 60”,
afirman sus simpatizantes para refrendar sus decisiones y tapar sus miserias. No
obstante, el atino de Franco poco tuvo que ver en la recuperación económica. Tras el
fracaso que supuso el sistema autárquico promovido por el “Generalísimo” –bien
es cierto que el bloqueo internacional no le dejó otra alternativa–, el grupo
más tecnócrata del Franquismo dio un paso adelante para proponer la apertura de la economía
española al capitalismo; sanear la peseta, traer asesores del FMI y demás organismos. Francisco Franco se negó
alegando que sería claudicar ante los masones, sin embargo el tiempo le terminaría
por convencer de que no quedaba otra opción y decidió delegar el proceso en el ala
tecnócrata.
Foto de Franco de viejo, tan flaco como de joven |
Espero que nuestros lectores no se tomen al artículo como una crítica política a Franco, más bien es una crítica histórica o incluso un ataque a su tediosa personalidad. Adolf Hitler llego a decir a sus colaboradores cercanos que no soportaba a ese parlanchín aburrido. Pues eso, no lo digo solo yo, el nuestro era un mezquino de garrafón.
Fuentes:
Si pongo fuentes, todos van a analizar
bajo lupa cada información según la ideología del autor, así que quién esté
interesado en algún dato en concreto que me lo diga en los comentarios y le
respondo. Si hay alguna cosa equivocada lo rectificare con gusto, previa documentación.
Estoy de acuerdo en algunos aspectos pero en otros no. Es verdad que Franco no tenía ideología, solo se guiaba por la severa disciplina castrense y su catolicismo extremo. Que fue el militar que más dudo en alzarse contra el gobierno de la República, pero no contra la República o que su físico no le ayudaba en nada para dar sensaciones de gran dictador.
ResponderEliminarPero no creo que fuese tan tonto o ignorante. Por mucho que digamos, una persona no se mantiene en el poder siendo un ignorante, ni siquiera Zapatero. Franco en algunas ocasiones era muy inteligente, como dar buenos cargos a las personas que, en un principio le eran leales, pero que con el tiempo se habían vuelto en su contra. Ejemplos, Kindelán (partidario de Don Juan, es decir, monárquico) Muñoz Grandes o Yagüe (partidarios de que España entrase en la II Guerra Mundial de la mano de Hitler)
Creo que lo peor que hizo Franco fue no haberse dirigido directamente hacía Madrid y desviarse a Toledo para apuntarse un punto propagandístico con la victoria del Alcázar. Error porque las tropas nacionales se encontraban a 75 km de Madrid y, seguramente, la capital hubiera caído y se hubieran evitado muchas vidas inocentes.
No te líes Juan Pablo. Franco era un desgraciado que tenía amenazada de muerte a media España. De la otra media ya se encargaba la "policía", siguiendo sus instrucciones o las de sus mamporreros, algunos iguales o peores que él, que ya es decir. La gente les tenía pánico. Venían un par de policías andando por la calle y la gente se cambiaba de acera, del puro pánico que se les tenía. El crimen contra la humanidad es que este "señor" tuviera la oportunidad de nacer.
ResponderEliminarY quien ha dicho lo contrario. Franco era un dictador, y como tal, no podía ser una hermanita de la caridad, aunque algunos izquierdistas españoles defiendan dictaduras capitaneadas por sanguinarios, como la cubana con Castro. Yo odio cualquier dictadura por la sencilla razón de que estudio periodismo y defiendo la libertad de expresión. Quien todavía dude de esto es que no me conoce.
ResponderEliminarEstamos hablando de su perfil, no del miedo de la gente. Y gracias a que no fuera muy inteligente que digamos, no fue tan sanguinario. Cuanta más capacidad intelectual tienes, peor persona puedes ser. Franco no daba la talla para llevar a cabo atrocidades, como la de los nazis o la del comunismo.
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