Reconozco que no me
gusta escribir sobre fútbol, y menos en una situación donde no me gusta estar,
al ser un acérrimo seguidor del mejor equipo del mundo, el Real Madrid. Por
temas personales, no pude ver la primera mitad de ayer contra el Villareal,
pero si escucharlo por la radio. Solo llevaba un par de segundos y la voz de
Manolo Lama me dio un vuelco al corazón. La cosa no pintaba bien. Llegó a casa,
enciendo la radio y veo justo la jugada de Pepe, donde se lleva un manotazo,
empieza a manarle sangre del labio y el árbitro, personaje siniestro que no me
da la gana nombrarle, le saca una tarjeta amarilla por simular. A lo mejor este
golfo con silbato se pensaría que el portugués llevaba una bolsa de tomate
guardada para echárselo y simular una agresión, como si fuese un actor de
Hollywood. Entonces empezó a sonar en mi cabeza la palabra encerrona. Luego
pasó lo que todos sabemos.
Como muy bien dice mi
amigo Mozo Cobo, la alineación de Mourinho fue absurda y cobarde. Sacar el
famoso trivote en el medio campo en el Madrigal ante un equipo que lucha por la
permanencia en primera división solo puedes dar un mensaje, el de miedo, y lo
peor de todo, extenderlo entre tu plantilla. Al menos, el luso rectificó y cambio
a Lass por Callejón. Pero le lesionaron en una fea entrada, pero el desgraciado
del árbitro ni siquiera se digno a pitar falta. Cosa que no me extraña estando
Villar en los despachos y de cenas con Rosell.
La segunda parte cambió
algo. Cristiano, el líder del Real Madrid, metió un gol, el equipo amarillo no
hizo nada salvo defender y, en una falta, más que dudosa de Altintop, señalada
por el colegiado amigo de Guardiola y compañía, la tira Senna y mete un gol que
Casillas, si estuviese fino, lo hubiera parado. La misma historia repetida en
un intervalo de tres días. Pero con distinto sabor de boca, pues ayer los
merengues jugaron con mucha presión, acongojados, totalmente paralizados.
No puedo afirmar con
rotundidad que ayer el Real Madrid perdió por culpa de un sin vergüenza que
tenía que ser desterrado de este bello país. No porque ayer el equipo blanco no
jugó bien. Pero me niego a dejarme pisotear por un chulo prepotente que se
cobija en las tarjetas para camuflar sus desequilibrios mentales. Que un
árbitro este más pendiente del banquillo que del campo de juego refleja mucho
de su persona. Que expulse a un jugador por aplaudir con roja directa es una
auténtica canallada. Por eso, el Real Madrid y el madridismo tiene que
reflexionar estos días, salir el sábado, ganar y que su afición anime como
nunca, porque lo necesita. No tenemos por qué limpiar la imagen del Madrid
porque no hace falta, aunque algunos medios de comunicación se empeñen en
defender esto último. Habría que mirar cómo ha cambiado su situación desde que
llegó Mou y si los ataques de los periodistas son objetivos o meramente
personales que responden a celos empresariales.
Hay que levantar el
ánimo. Por orgullo. Por casta. Por los valores que hemos heredado de esas
grandes personalidades que han pasado por el club merengue. Por las grandes
tardes en el Santiago Bernabéu. Porque pertenecemos al mejor equipo del mundo,
que cambió la historia del mejor deporte, el fútbol. Por eso, la familia
madridista tiene la obligación de empujar a su equipa para ganar esta liga,
aunque nos encontremos a seis puntos del Barcelona y hace una semana eran diez,
y así demostrar, una vez más, la capacidad ganadora del Real Madrid.
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